Cleggmanía
Este es el título de la portada del Standard, el Diario más popular de Londres. Ello refleja un fenómeno inédito en la reciente historia británica.
Todas las últimas elecciones generales británicas se han polarizado entre los conservadores y los laboristas. Todo parecía que ello volvería a producirse hasta que el jueves antepasado se produjo el primer debate televisivo de candidatos a gobierno en la historia del Reino Unido. Allí un outsider, Nick Clegg, el líder del liberalismo, se convirtió en el gran ganador.
En el siguiente debate televisivo del jueves pasado él supo torear las embestidas de sus rivales. El resultado de ello es que él ha desplazado por primera vez en más de dos tercios de siglos al laborismo al tercer lugar en una elección general.
La prensa nacionalista le acusa a Clegg de ser poco británico, pues tiene sangre holandesa y eslava y su esposa y 3 hijos son españoles, además de pedir una forma muy limitada de amnistía a casi un millón de indocumentados.
La fuerza de Clegg radica en que él promete acabar con el bipartidismo de dos partidos desgastados que se han alternado en el poder, en renovar el sistema electoral y en hacer un giro del presupuesto militar (retirándose de Iraq, pero no de Afganistán, y de eliminar los carísimos submarinos nucleares).
Para el primer ministro laborista Gordon Brown y para quien estaba seguro de que le iba a substituir en el cargo (el conservador David Cameron) la irrupción de Clegg les ha caído a su cara como un egg (huevo en inglés).
A ambos les ha privado de poder obtener una mayoría absoluta en el parlamento. Por primera vez este país podría tener un sistema tri-partidista y tener que pasar de la época de constantes gobiernos de un solo partido a iniciar una basada en coaliciones de dos partidos que superen no solo el 50% de los curules, sino también de los votos.
Los detractores de Clegg quieren reventarlo como un ‘egg’. Laboristas y conservadores le acusan de ser demasiado pro-EU, pro-amnistía a los irregulares, arriesgar la seguridad interna con una forma de desarme nuclear unilateral y no tener claros programas económicos. Sin embargo, todos ellos han quedado fritos como huevo tras que él les ha quitado la posibilidad de gobernar solos.
El partido de Clegg, que lleva como su color el de la yema de un huevo, se viene convirtiendo en el árbitro que decida quién será el nuevo gobierno.
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